20080622

la locura de stalin.

Escribo esto, no en contestación, pero si como una especie de asterisco puesto por mí a un artículo escrito por mi amigo David Alonso en su blog titulado "Diplomacioa soviética".Tengo que añadír que el texto no es mío, si no que parto de una de mis habituales ,y algunas veces dudosas, fuentes sobre la WWII; los libros de Sven Hassel. En este caso "Los ví morir".
En el curso de los años treinta, el SS Obergruppenführer Heydrich concibió un plan maquiavélico para romper la armazón del Ejército Rojo. Valiéndose de agentes de la Gestapo infiltrados en la GPU, advirtió a Stalin que muchos traidores ocupaban altos puestos en los Estados Mayores.Contaba para ello con la desconfianza patológica de Stalin, y el resultado superó todas sus esperanzas. Una ola de terror se abatió sobre Rusia. Satil y su ministro de Policía, Beria, hicieron ejecutar a eminencias militares, tales como el mariscal Tujachevski, Blucher, Yergórov, los jefes del Ejército Oborewitch y Yakir, el comandante en jefe de la Armada Roja y los almirantes Orlov y Victorov.Además de los comandantes de las regiones militares en el noventa por ciento de los jefes de Cuerpo y de Divisiones, y casi todos los comandantes de regimientos y de batallones, fueron destruidos y condenados a trabajos forzados, como enemigos del pueblo.

Heydrich podía frotarse las manos. Después de haber exterminado a los cerebros del Ejército Rojo, Stalin los sustituyó por hombres incapaces o aduladores, buenos, como máximo, para mandar una compañía de ametralladoras.En una sola noche, varios millares de capitanes y comandantes mediocres fueron ascendidos a generales. Muchos de ellos no habían asisitido nunca a una escuela militar, y ninguno había puesto ni siquiera los pies en la Academia Frunze. Dejaron de tenerse en cuenta las violaciones de frontera hasta el mes de junio de 1941. Los aviones alemanes realizaban descaradamente vuelos de reconocimiento adentrándose mucho en territorio ruso; pero Stalin prohibía disparar contra ellos. Incluso en la frontera, la menor provocación por parte de las tropas rusas era castigada con la muerte. Stalin negaba, pura y simplemente, a su Ejército, el derecho a defenderse.-¿Por qué?- se preguntaba el comandante general Grigorenko.Los que habían podido responderle habían perecido todos durante los primeros meses de la guerra, bajo las balas de los pelotones de ejecución. De esta manera, Beria y Stalin suprimían a los testigos del error más monumental de la Historia.-¿O se trata de una traición?- murmuraba Piotr Grigorenko.