[Publico este fragmento de texto pues un amigo me lo ha recordado publicando el otro (este el primero) que había colgado de mi Space. Sin mas, dejo aquí este fragmento de una, sin duda, obra de arte literaria. Saludos]
-Era una carnicería – se defendió el capitán -. He visto a mi ordenanza aplastado bajo un Sherman. Era un estudiante de Derecho, de una buena familia de Viena. En mi escuadrón tenía a muchos jóvenes prometedores. La juventud estudiantil... Todos muertos. Formábamos una especie de Facultad. Nuestro comandante también era profesor universitario. Conservábamos el espíritu de la Universidad...
-Yo no soy quién para juzgar – observó con sequedad el teniente Frick -. Pero, en mi opinión, hubiese sido más sensato tener espíritu militar. Hubiese podido salvar la mitad de su escuadrón. –Eliminó, una vez más, una motita de polvo imaginaria de su resplandeciente Cruz de Caballero-. No es filosofando como se rechaza al enemigo.
-Usted es soldado, teniente, su condecoración demuestra su valor. Sin embargo, es usted muy joven.
-Si, soy soldado desde que me sacaron de la escuela. A sus ojos, sólo soy un chiquillo, pero ese chiquillo va a sacarle ahora las castañas del fuego a usted y a sus semejantes. Detrás de mí, ahí, está un soldado de treinta años. Aprendió su oficio, y bien aprendido, con los franceses, bajo la bandera de la Legión Extranjera. Y el muchacho de la ametralladora es uno de esos que usted desprecia. Fue recogido en el arroyo. Ni él ni el pequeño suboficial han oído hablar de Kant ni de Schopenhauer, pero conocen la dura ley de Marte. Ustedes, los universitarios y los aristócratas, olvidan a eses soldados natos en los días felices de la paz. Escriben eruditos artículos sobre los legionarios de César, y, ¿qué saben de ellos? ¡Patrañas! Ni siquiera imaginan lo que eran esos hombres que combatían por la gloria de Roma. Se burlaban ustedes de la guardia rusa. Sonreían ante las historias de soldados de Rudyard Kipling. Si mencionan al valeroso soldado de la legión que se deja asar voluntariamente en el desierto, es para calificarlo de criminal fugitivo. Pero, señor profesor, un criminal nunca es un buen soldado. Hay multitud de razones que impulsan a un muchacho a alistarse: el hambre, la angustia, el patriotismo, las convicciones políticas o el gusto por la aventura. Un criminal que se oculta en el Ejército deserta al primer ataque. Nosotros, soldados, nos hacemos matar sin protestar. Y ¿qué hacen ustedes, usted y sus colegas de la Universidad? Se atiborran el cráneo con una filosofía que es inútil en la lucha por la vida. ¿Cree, tal vez, que matamos por gusto a los de enfrente? No, pero hemos aprendido a ejecutar una orden, cualquiera que sea.
(...)
-¡Pobre mundo! – murmuró el universitario vestido con uniforme de oficial, que imaginaba que podía hacerse la guerra discutiendo sobre Kant-. No es usted, teniente, más que un niño que se ha hecho adulto demasiado deprisa.
Se levantó, tiró su pistola y su gorro a la cuneta y se marchó caminando recto ante sí, solitario.
El legionario le siguió con la mirada y encendió un nuevo cigarrillo con el que aún tenía en los labios.
-Con este pobre ingenuo desaparece una generación.
Sven Hassel
“Monte Cassino”
pag.35 a 36.