Plazas que nunca debieron modificarse son modificadas, una y otra vez, hasta la total destrucción de la original, una plaza que fue creada mediante la tradición y la costumbre que adquiría un ayuntamiento en desarrollo y su ciudadanía.
Este es el ejemplo de la plaza Otero Goyanes, la plaza de la iglesia, en la que la tierra para jugar a las canicas, la hierba, los parterres, los arboles, incluso los viejos azahares, y los cómodos bancos preexistentes han, finalmente, perdido la batalla frente al monstruo del Plan-E y la falta de racionalidad urbanística.
Este es el ejemplo de la plaza Otero Goyanes, la plaza de la iglesia, en la que la tierra para jugar a las canicas, la hierba, los parterres, los arboles, incluso los viejos azahares, y los cómodos bancos preexistentes han, finalmente, perdido la batalla frente al monstruo del Plan-E y la falta de racionalidad urbanística.
Y no es el único ejemplo en Ribeira. Aunque sí del que hoy toca hablar. Sus anteriores árboles que nos daban una agradable sombra en verano, así como la cruz de piedra “en homenaje a los caídos” en donde jugábamos, han terminado desapareciendo en pro de una gran explanada de granito. Cierto es, que cuando levantaron la plaza que mi niñez conoció con divertidas experiencias en pandilla apareció un suelo anterior, de grandes losas de piedra, al estilo de la zona vieja de Santiago de Compostela, pero eso no cambió el proyecto inicial, no modificó su verdadero fin, sólo le cambió el color y le añadió un sabor de antigüedad a preservar. De patrimonio. Una mentira.
La verdad, es que no se esperaban encontrar una piedra que no hace más que conseguirles una burda justificación para la creación de, otra vez, un espacio vacío. Vació de habitabilidad, vacío de naturaleza, vacío de versatilidad, vacío de comodidades, en definitiva, vacío de humanidad.