20080117

ornamento y delito, de adolf loos.

Adolf Loos; Estudió en Viena, durante la secesión y fue discípulo de Otto Wagner. Viviendo sumergido en un imperio austro-húngaro en deca- dencia y ahogado por una sociedad demasiado inmobilista decide ir a vivir a los Estados Unidos. Allí se encontró viviendo en New Cork y Chicago en los años de esplendor de la Escuela de Chicago, quedando deslumbrado por esta. Seis años después regresa a su Viena natal a ejercer como arquitecto. Publica una revista en solitario sobre moda y ocio en 1907 y dicta distintas conferencias. En 1910 publicó, con gran impacto y crítica, el texto “Ornamento y delito” que me he permitido resumir por cuenta y riesgo. Por supuesto recomiendo la lectura del texto íntegro, para que no seáis víctimas de un “lost in translation”.
Adolf Loos
Ornamento y Delito [Resumido].
[…] El niño es amoral. El papua también lo es, para nosotros. El papua mata a sus enemigos y los devora. No es ningún delincuente. Pero si la persona moderna mata a alguien y lo devora, es un delincuente o un degenerado. El papua tatúa su piel, su barca, su remo, en una palabra todo lo que está a su alcance. No es ningún criminal. La persona moderna que se tatúa es o un delincuente o un degenerado. (…) Los tatuados que no están en prisión son delincuentes latentes o aristócratas degenerados. Si un tatuado muere en libertad, habrá muerto algunos años antes de llegar a cometer un crimen.
[…] Puede medirse la cultura de un país por el grado en que están ensuciadas las paredes de los retretes.

En el niño es un síntoma natural: su primera manifestación artística es el emborronamiento de las paredes con símbolos eróticos. Pero lo natural en el papua y en el niño es, en la persona moderna, un síntoma de degeneración. La evolución de la cultura es proporcional a la desaparición del ornamento en los objetos utilitarios. Con ello, creí darle al mundo una nueva alegría; no me lo ha agradecido. Se entristecieron y agacharon la cabeza. (…) Cada época tenía su estilo, ¿y solo a nuestra época debía negársele un estilo? Por estilo entendían ornamento. Entonces dije: No lloréis. Ved, es esto lo que caracteriza la grandeza de nuestro tiempo: que no sea capaz de ofrecer un nuevo ornamento.[…] ¡Pronto relucirán como muros blancos las calles de las ciudades! Como Sión, la ciudad santa, la capital del cielo. (…) Pero hay espíritus negros que no quieren tolerarlo. La humanidad debiera seguir jadeando en la esclavitud del ornamento. Las personas estaban suficientemente desarrolladas como para que el ornamento ya no les produjera sensaciones de placer. (…) Y dije: Ves, el cuarto mortuorio de Goethe es más señorial que toda la pompa renaissance, y un mueble liso es mas hermoso que todas las piezas de museo incrustadas y talladas.
Los espíritus negros oyeron esto con malhumor y el Estado, cuya tarea es detener el desarrollo cultural de los pueblos, hizo suya la cuestión de desarrollar y reponer el ornamento. (…) Pues, en resumidas cuentas, todo Estado se apoya en la convicción de que, como más atrasado sea un pueblo, más fácil es de gobernar. (…) (Pero) El enorme daño y las desolaciones que produce el resurgimiento del ornamento en el desarrollo estético podrían soportarse fácilmente, ¡pues nadie, ni siquiera un organismo estatal, puede parar la evolución de la humanidad! Sólo la puede retrasar. Sabremos esperar. Pero será un delito contra la economía nacional pues, con ello, se echa a perder trabajo humano, dinero y material.

[…]Los rezagados retrasan el desarrollo cultural de los pueblos y de la humanidad, pues el ornamento no sólo es producido por delincuentes sino que es un delito, porque daña considerablemente la salud del hombre, los bienes nacionales y, por tanto, el desarrollo cultural. (…) Todavía mucho mayor es el daño que sufre el pueblo productor del ornamento. Como el ornamento ya no es producto natural de nuestra cultura, sino que señala un retraso o un síntoma de degeneración, el trabajo del ornamentista ya no está adecuadamente pagado. (…) Si, para una lata lista, pago lo mismo que para una ornamentada, la diferencia en tiempo pertenece al trabajador. Y si no hubiera ningún ornamento, una situación que quizá llegará en milenios, el hombre sólo tendría que trabajar cuatro horas en vez de ocho, pues hoy en día todavía la mitad del trabajo corresponde a los ornamentos.
El ornamento es fuerza de trabajo malgastada y, por ello, salud malgastada. Así fue siempre. Hoy, además, también significa material malgastado, y ambas cosas significan capital malgastado. (…) El ornamento moderno no tiene padres, ni descendientes, no tiene pasado ni futura. Es recibido con alegría por gentes incultas, para quienes la grandeza de nuestro tiempo es un libro con siete sellos, y, al poco tiempo, lo rechazan. (Además) El cambio de ornamentación tiene como consecuencia la rápida desvalorización del producto. (…) Esto lo saben bien los ornamentistas, y los ornamentistas austriacos intentan sacar el mejor partido de esta falta. Dicen: “preferimos un consumidor que tenga una decoración que se le haga insoportable ya al cabo de diez años, y que esté obligado por ello a amueblarse cada diez años, a uno que no se compre un objeto hasta que el viejo está gastado. La industria lo requiere así. El cambio rápido da empleo a millones”. (…) ¡Para eso conozco un bueno remedio! Se incendia una ciudad, se incendia el reino y todo nada en dinero y abundancia.

[…] La persona moderna, que considera sagrado al ornamento, como signo del derroche artístico de épocas pasadas, reconocerá inmediatamente lo atormentado, lo penosamente conseguido y lo enfermizo de los ornamentos modernos. Ningún ornamento puede nacer hoy de alguien que viva en nuestro nivel cultural. Distinto es con personas y pueblos que todavía no han alcanzado este nivel.
[…] La falta de ornamento ha llevado a las artes a alturas insopechadas. Las sinfonías de Beethoven no habrían sido escritas por un hombre que tuviera que ir metido en seda, terciopelo y puntillas. Quien hoy en día vaya por ahí en traje de terciopelo no es un artista, sino un bufón o un pintor de brocha gorda. Nos hemos vuelto más finos, más sutiles. Los miembros de las tribus tenían que distinguirse con diferentes colores, la persona moderna utiliza su vestido como máscara. Su individualidad es tan grande que ya no se expresa a través de vestidos. Ausencia de ornamento es signo de fuerza intelectual. La persona moderna utiliza los ornamentos de culturas primitivas y exóticas a su gusto. Su capacidad de invención la concentra en otras cosas.