Subculturas urbanas conviven con la ciudad y decoran, no siempre con acierto ni con éxito, sus paredes sucias y tristes. Pequeños guiños de artistas ilegales aparecen en cualquier esquina de la ciudad haciendo esbozar en ti una sonrisa.
La arquitectura, símbolo del amor de Francia por su historia, no deja sitio a borrar el pasado, pues este es conservado con mimo, por malo y oscuro que sea, y si se perdió, este se recupera.
Este espíritu se muestra en la tumba del emperador, de Napoleón, recuperado su cuerpo del exilio años después de su muerte, cuando convino exaltar la figura del país recurrieron a su mayor logro, la figura del emperador Bonaparte. Sus fieles y amados soldados, a los que regaló Les Invalides, corrieron en expedición a recuperar a su líder, dándole sepultura como su figura merecía.
El Panteón, simbolo de una patria agradecida, guarda los cuerpos sin vida de los grandes de Francia, su arquitectura neoclásica, idealización de la arquitectura de la antigua grecia y roma, simboliza el paso del absolutismo a la ilustración, del barroco a la pureza y de las formas. Que francés no soñaría con el privilegio de que sus restos, y su recuerdo, reposen en dicho lugar, tan noble y bello, tan grandiosos y puro.
Y así es este país, y así es esta ciudad, nada queda en el olvido pues todo tiene su valor.
Las cosas no se tiran ni destruyen por viejas si no que se conservan por antiguas, y andando por la calle recibe uno clases de historia gratuitas, historia que hace a uno sentirse orgulloso de ser europeo. Historia que también nos pertenece a nosotros, y no solo al pueblo francés, aunque en este país nos encante borrar la parte de la historia que no nos gusta, el problema está en que cada poco tiempo no nos gusta una parte distinta de nuestra historia, borrando así tolo lo que queda de ella y lo que ella nos enseña.
El Sena la acaricia, la cruza y la nutre de vida, tranquilo e imparable este río es uno de sus emblemas y uno de sus tesoros más preciados, caminar por sus orillas es vivir París, cruzar sus puentes es un verdadero placer que de debe degustar lentamente, como marca el río marca el compás.
La torre, proyecto de Eiffel, visionario arquitecto del acero, se convierte en faro de la democracia que ilumina el corazón de todo hombre civilizado. Con sus 300 metros de altura, la luz que desprende se esparce por el mundo y muestra al hombre la libertad que nuestra sociedad nos ofrece y que muchas veces despreciamos.
La ciudad es una ciudad, no es otra cosa mas que eso, por ello tiene los problemas de toda gran ciudad junto con los problemas de todo gran país, pero los supera orgullosa y eso se nota en sus banderas, ondeando en la calle, en cualquier rincón, cada cual más grande, la bandera de Francia, siempre al lado de la europea.